Facultad de Filosofía. Universidad de Málaga
“Desde sus primeros escritos Nietzsche se sirvió de la
manifestación artística de la danza como un recurso estético para
describir, en un primer momento, el espíritu dionisíaco, y
posteriormente las connotaciones del espíritu de la ligereza que se
perfilaban de una manera paradigmática en la música del sur. En
realidad, esa insistencia en utilizar el simbolismo de la danza en sus
escritos, es otra manera de glorificar y reivindicar el valor del
cuerpo. Además, resultaría difícil entender las figuras de Dionisios, el
coro, el sátiro, el espíritu libre o Zarathustra sin hacer referencia a
su modo de expresión más peculiar: la danza. También podemos observar
cómo en su última época Nietzsche ya no busca un arte que no sea
expresión de la vida, ni palabras que no canten, ni música que no sirva
para bailar, pues sólo el espíritu bailarín y ligero puede abrir el
camino que conduce al superhombre. Por eso, sólo “un arte bailarín”,
con su levedad y ligereza, puede elevar al hombre hacia lo más alto. Y
Nietzsche cree que ese arte, del que lo espera todo, es necesario,
fundamentalmente, para poder disfrutar de la “libertad sobre las cosas”,
puesto que el arte que se propone como alternativa es un “arte ligero”,
ascendente, que se ha liberado de las determinaciones asfixiantes del
espíritu de la pesadez, que impide al hombre ser libre. Frente a la
moral y sus rígidos preceptos, no sólo hay que estar por encima de
ellos, sino danzar, ‘jugar y valorar’ por encima de la propia moral.
No sería muy arriesgado afirmar que Nietzsche parece
que utiliza la danza como criterio estético para evaluar las formas
culturales y artísticas auténticas. Wagner, por ejemplo, es un músico
que no sabe danzar, solo sabe “nadar”; los alemanes, los moralistas
tampoco danzan, porque han sido picados por la tarántula, han quedado
paralizados al inocularles el veneno de la igualdad, de la venganza.
Todos ellos están poseídos por el “espíritu de la pesadez” que les
arrastra hasta lo profundo y les impide elevarse y trascender por encima
de sí mismo, porque están sometidos al imperativo del “tu debes” y al
abismo vertiginoso del nihilismo. - Mi Alfa y mi Omega es que todo lo
que es pesado y grave llegue a ser ligero; todo lo que es cuerpo,
bailarín; todo lo que es espíritu, pájaro -. Lo grave y lo pesado ha de
ser superado por la ligereza de la danza, por eso a la hora de
establecer criterios de valor Nietzsche señala que - nuestra primera
cuestión sobre el valor de un libro, de un ser humano o de una
composición musical es: ¿pueden ellos andar? Incluso más ¿pueden ellos
bailar? –
. Y es que para Nietzsche el bailarín es el que sabe
escuchar a su cuerpo, el que sabe ser a la vez de la tierra y del cielo,
el que conoce la embriaguez y el éxtasis, el que sabe convertirse en un
intempestivo, el que transfigura su fuerza y poder en gracia. O si no,
¿quién es aquel que expresa mejor la alegría y la ‘gran salud’, quién
es el que mejor sabe reír y el que festeja mejor la vida, sino el
bailarín? Lejos de ser un arte poco riguroso y evanescente, la danza
necesita de las leyes más elementales de la física, de la fisiología y
de la anatomía del cuerpo humano. Como disciplina es de lo más exigente y
rigurosa, puesto que se danza siempre ‘encadenado’, pero al mismo
tiempo representa de un modo más excelente que otras artes el libre
juego de sus elementos, acompasado con esfuerzos de los que no es
posible evadirse. Esa serie de movimientos y gestos, cada uno de los
cuales no puede ser aislado, forman juntos una expresión continua, mucho
mayor que la suma de sus partes. En la danza los símbolos no solamente
se representan, como sucede en el arte plástico, espacialmente,
armónicamente, sino que lo espacial y lo temporal (ritmo) se integran.
Ahora bien, se pueden distinguir en Nietzsche una serie
de niveles en torno a los cuales articula el sentido estético de la
danza y su valor transformativo. En un primer nivel, y siguiendo las
pautas de su primera estética, la danza forma, junto con la música y el
poema, la tríada fundamental de expresión de la estética dionisiaca; en
el fondo es el cuerpo el que se eleva con la danza a un lugar
privilegiado. Un segundo nivel, tiene un perfil más alegórico y
metafórico, al poner la danza en relación con el pensamiento y el
lenguaje. Y por último podemos señalar un tercer nivel en el que la
danza constituye el modo de expresión por excelencia de Zaratustra y esa
forma artística remite a su doctrina fundamental
1. Música y danza: expresión estética de la alegría dionisíaca:
En el marco de la estética de la música Nietzsche trató de
establecer en todo momento un equilibrio entre el canto, el poema y la
danza: la santa trinidad, el ‘simbolismo total’, algo que encontraba su
ejemplaridad en la tragedia griega. En primer lugar la música, y luego
las palabras, y expresándolo todo en la danza, en la danza de la vida,
el gran sí: - Cantando y bailando manifiéstase el ser humano como
miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a andar y hablar y
está en camino de echar a volar por los aires bailando. Por sus gestos
habla la transformación mágica (...) él se siente dios, él mismo camina
ahora tan estático y erguido como en sueños veía caminar a los dioses.
El ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de arte
-. Así habían comprendido los griegos la transformación que imprimía el
espíritu dionisíaco bajo las tres artes indisociables: la danza, la
música y la poesía. Tanto en el poeta como en el bailarín, o en el
comediante, la expresión artística conduce a menudo a una ‘alienación de
su propia persona’. Liberado de las tensiones de lo real, el artista
recrea la ‘bella imagen del hombre’, como otras veces los griegos
recreaban las imágenes de los dioses. El bailarín, por la fuerza de sus
gestos y sus movimientos, hace presente el mundo que está más allá de
los fenómenos. La bella apariencia de sus gestos desvela lo profundo. Y
en lo profundo el dios Dionisios se mueve como un dios danzarín, un
artista que manifiesta su fuerza y poder creativo, que es el de
transgredir, transcender y transformar. Este dios de pies ligeros, de
ojos risueños y bailarín, expresa su mensaje por la danza, pues no hay
otro lenguaje que pueda expresar mejor la conciencia dionisíaca. La
danza es su lenguaje y en ella se unen el tono, la música, el ritmo y la
armonía. Y como dios de las transformaciones, cuya suprema metamorfosis
es la muerte y la resurrección, fundamenta la estética dionisíaca.
Nietzsche quiere ejemplificar de esta forma la transvaloración de los
valores y la superación del hombre, que se trasciende a sí mismo
mediante los impulsos vitales que lo elevan hacia alturas imprevisibles
Es un hecho, que el hombre a lo largo de su historia ha
danzado siempre para celebrar sus cambios y transformaciones. La danza
estuvo asociada primero a ritos sagrados; era un medio de comunicación
entre el hombre y sus dioses, una forma de veneración destinada a
invocar la manifestación de poderes sobrenaturales, pero también estuvo
vinculada con los ritos de fertilidad en los que se exaltaba la
exuberancia de la vida. Una vez desacralizada, se convirtió en medio de
expresión del espíritu del pueblo. Todavía los grandes acontecimientos
de la vida diaria se celebran con el baile, como manifestación de la
alegría y de la vida. Nietzsche fijó su mirada en la cultura griega y,
sobre todo, en el origen de su obra de arte por antonomasia: la
tragedia. En ella querían ver expresada la fuerza de la naturaleza, y la
ven bajo la transformación del sátiro. El entusiasta dionisíaco se
transforma en sátiro, y es como sátiro como ve a su dios, es decir, en
su transformación se ve en una visión fuera de si. Para ello, el sátiro
martillea la tierra con los pies, y así alcanza el cielo, es decir,
celebrando su pertenencia a la naturaleza alcanza la esencia de la vida.
Este era para Nietzsche el hombre dionisíaco, que transportado a otro
mundo por su danza se transforma y transciende por encima de sí mismo.
Pero estar fuera de sí no significa dejar este mundo, o perder el
sentido de la tierra, sino al contrario, unirse a él en su esencia. El
bailarín metamorfoseado adquiere todos los poderes. Al perder su
identidad se une a la naturaleza, al Uno primordial y entra en otro
mundo donde las contradicciones de la existencia se resuelven. Ahora
sólo celebra la vida, danza en honor a Dionisios y es el mediador de un
dios. Ha transformado la pesadez en ligereza, la embriaguez en éxtasis,
se ha convertido en la misma imagen de Dionisios. Recordemos aquel
pasaje tétrico de La visión y el enigma, cuando el pastor mordió y
escupió la cabeza de la serpiente que se había deslizado en su
garganta, y pudo por fin ‘reír’ y hablar; se puso de pie de un salto y
‘comenzó a danzar’ como la máxima expresión de la afirmación de la vida.
Los griegos sabían que la música debe hablar al cuerpo,
que le responde danzando, dando alas a los pensamientos y al espíritu,
como da alas al bailarín y lo entrena en sus movimientos. Es a la vez,
por lo tanto, estimulante y liberación, hace al filósofo fecundo, como
convierte al bailarín en inspirado. Nacida del pathos, debe abrazar las
pasiones, viva o lenta. En una palabra, la música, como la danza, debe
ser la expresión de la vida, de la fidelidad a la tierra tan querida de
Zarathustra, porque es el ‘retorno a la naturaleza, a la santidad, a la
alegría, a lo juvenil, a la verdadera virtud’. Así pues, la danza
utiliza todo el cuerpo como vehículo de expresión y devuelve al concepto
de música su dimensión corporal, su ámbito más originario. Esa especie
lenguaje metasemántico comprende toda la ‘simbología del cuerpo’, la
‘mímica total de la danza que mueve rítmicamente todos los miembros,
hace que todas las fuerzas simbólicas se desencadenen’. ‘Ahora la
esencia de la naturaleza debe expresarse simbólicamente; es necesario un
nuevo mundo de símbolos, por lo pronto el simbolismo corporal entero,
no sólo el simbolismo de la boca, del rostro, de la palabra, sino el
gesto pleno del baile, que mueve rítmicamente todos los miembros’. Por
eso, el griego no ve en la danza un simple gesto, sino la forma más
expresiva de decir ‘sí’ a la vida ¿Acaso se puede comprender mejor la
vida, sino danzando?
Esta vinculación de la danza y el baile con la vida está
muy presente desde el principio en Nietzsche, ya que no son más que
otra forma de decir la vida. Mediante la danza es la vida la que penetra
en el cuerpo, provocando un estado de exaltación en el que el sujeto ya
no es más artista, sino ‘una obra de arte’; por eso la mejor manera de
comprender y experimentar la vida es danzando, escuchando los modos de
decir del cuerpo. En la tragedia ática, - el coro ditirámbico (dice
Nietzsche) es un coro de transformados, en lo que han quedado olvidados
del todo su pasado civil, su posición social (...) Lo que está ante
nosotros es una comunidad de actores inconscientes, que se ven unos a
otros como transformados- . Así pues, danzar y bailar lleva consigo un
transfigurarse, entrar en otro cuerpo sin cambiar de piel, es descubrir
en sí otro yo, un yo que no obedece ya a la razón sino a la vida
solamente, un yo que se confunde con los árboles de la montaña o con las
estrellas del cielo. Bailar es devenir movimiento y participar en el
baile cósmico de los astros que se mueven en el universo, y por ello es
acción, acto sagrado, por el que el hombre traspasa lo real. La danza a
diferencia de la música, que puede arrebatar al que la escucha y
transportarle a un mundo ideal, arrebata a aquel que la ejecuta, y es el
éxtasis supremo, puesto que en ella participa todo el cuerpo y no
solamente nuestros sentidos. Aquel que no danza, que no siente los
ritmos acompasados de su cuerpo, no se siente vivo. Esto explica por qué
para Nietzsche todo arte debe nacer del amor a la vida, de la alegría,
de la ‘sobreabundancia’, no debe nacer del hambre, ni del deseo de
venganza. Todo lo que asciende hacia lo alto, como el bailarín, es para
encontrar la alegría. Pero la alegría, fundamentalmente, es la alegría
de vivir, y bailar es vivir su alegría. La canción del baile de
Zarathustra es, por eso mismo, un nuevo himno a la vida, un canto contra
el espíritu de la pesadez que es el ‘señor del mundo’. Como una
serpiente, la vida corre entre los dedos y es precisa la agilidad de un
bailarín para seguirla sobre sus caminos tortuosos. El pie aprende
antes que el espíritu. Así pues, la danza repite la óptica dionisíaca de
la vida, que destruye sus creaciones en el juego incesante de las
metamorfosis. Dionisios es el dios que sube y baja, el dios errante. -
Ahora soy ligero, (dice Zarathustra) ahora vuelo, ahora me veo a mí
mismo por debajo de mí, ahora un dios baila por medio de mí- , pues en
lo – dionisíaco - se expresa -una superación de la persona, de lo
cotidiano, de la sociedad, de la realidad, como un abismo del olvido,
algo que se infla dolorosamente, pasionalmente (...), un sí extasiado
(...), una gran simpatía panteísta en la alegría y en el dolor -.
2. Cómo aprender a trascenderse danzando:
Se ha llegado a considerar el Así habló Zarahtustra como
‘una revolución en el arte de la comunicación humana’. Y entre esos
elementos nuevos de comunicación que introduce, la danza ocupa un lugar
preferente. Podemos decir que el tema de la danza alcanza su punto más
álgido, cuando Nietzsche trata de revelarnos el mensaje de Zaratustra.
Éste, ante todo, enseña la glorificación del cuerpo y de la apariencia,
como síntoma de la preeminencia de una filosofía del arte sobre el
pensador metafísico. Su lema es que todo cuerpo sea danzarín y que todo
espíritu se convierta en .pájaro.. El cuerpo tiene su lenguaje, nos
habla, y en cuanto tal, el hombre debe estar .atento’ a lo que le dice e
insinúa. ¿Pero qué es lo que habla el cuerpo? Lo que habla el cuerpo es
el ‘sentido de la tierra’. El bailarín no tiene el oído en las orejas.
Sus músculos oyen el sentir del mundo mediante melodías que hacen
contraer y distender sus articulaciones mediante gestos. Todo su cuerpo
está atento al desplegarse del melos para articularlo en ritmos que
hablan otro lenguaje. - Mis talones se irguieron, (dice Zarathustra) -
los dedos de mis pies escuchaban para comprenderte. Lleva, en efecto,
quien baila sus oídos ¡en los dedos de sus pies! -.
Mediante la danza la gran razón que es el cuerpo ‘hace’ el yo, no es
por lo tanto el yo el que constituye la realidad. Detrás del
pensamiento, de las palabras y de los sentimientos está la sabiduría del
cuerpo, el ‘sí-mismo’ (Selbst), que es la fuerza incesante que obedece a
una razón oculta. Pero lo que realmente quiere el cuerpo es ‘crear por
encima de sí’“ y lo hace danzando, y el que no es capaz de esto se enoja
y se rebela contra la vida y el sentido de la tierra. El arte de la
danza nos enseña también a suspender la ‘pequeña razón’ del ego en orden
a seguir los movimientos del cuerpo, la ‘gran razón’ del yo que
conduce, finalmente, a una relación intuitiva y mística con el mundo de
la voluntad de poder. En otras palabras, moverse al ritmo de danza
conduce a la más alta posibilidad de moverse en armonía con la voluntad
de poder, que se comprende como la energía rítmica que subyace a todo
movimiento y el eterno retorno es también figurado en la imagen de la
danza. Zarathustra lo expresa claramente: - sólo en el baile sé yo decir
el símbolo de las cosas supremas- , - sin la danza - añade -, no hay
para mí ni alivio ni felicidad-.
Una de las connotaciones más sugerentes que encuentra Nietzsche en la
simbología de la danza es la posibilidad del hombre de trascenderse o
de superarse. La profundidad de Zarathustra está en ‘arrojarse’ a las
alturas del cielo, porque el bailarín quiere estar ‘sobre cada cosa
como su cielo propio, como su techo redondo, su campana azul’, quiere
estar allí donde bailan los ‘azares divinos’, en el ‘cielo Azar’, allí
donde ya no hay ninguna servidumbre a la finalidad. Él enseña a ver la
sabiduría que hay en las cosas, esa pequeña sabiduría y seguridad que no
es otra que la de ‘bailar sobre los pies del azar’, subir por encima de
las propias cabezas y por encima del corazón, porque es necesario
apartar la mirada de sí a fin de ver otras cosas. Él mismo, en un acto
de osadía supremo, quiso ver ‘el fondo y el trasfondo de todas las
cosas’, y por ello tuvo que subir por encima de sí mismo: ‘¡arriba,
cada vez más alto, hasta que incluso tus estrellas las veas por debajo
de ti!’. Y es que en lo alto, donde nada es ya pesado, donde los
pensamientos son puros, allí todo devenir no es más que danza. Ese
trascenderse o superarse a sí mismo que Nietzsche explica por esa
metáfora de la danza tampoco olvida la realidad de lo profundo.
Contemplar el horror de lo profundo, la dureza de la existencia, para
luego tender sobre ella la ilusión que crea el arte, es como ‘bailar
encadenado’, es decir “hacerse pesado y luego extender por encima la
ilusión de la ligereza, esa es la obra de arte que nos quieren mostrar’.
La danza para Zarathustra, como expresión artística, simboliza
también la mediación entre dos esferas que se contraponen. Después de
haber dejado el país de los sabios, afirmaba: ‘no es más que danzando
como yo se leer los símbolos de las cosas más altas’, pues la danza
actúa como mediación entre lo visible y lo invisible, es la que
reconcilia las fuerzas animales y las fuerzas espirituales. Lo propio de
la danza es el equilibrio entre la tierra y el cielo, lo profundo y la
altura, siempre amenazado y siempre reconquistado, y también lo propio
de la vida. ‘Caminar sobre toda cuerda, bailar sobre toda posibilidad:
tener su genio en los pies’. Así pues, la danza reconcilia el cielo y la
tierra, reconcilia todos los mundos: el bailarín, ligero como el
viento, es libre, está más allá del bien y del mal, más allá de la
verdad y la mentira, revolotea por encima de todas las cosas.
Esa imagen del bailarín que se eleva sobre la tierra, también
reconcilia al filosofo y al poeta, al sabio y al artista, simbolizando
simplemente lo viviente, pues no hay que olvidar que para Nietzsche el
que danza reconoce la realidad con la ‘punta de su pie’, al mismo
tiempo que dialoga con la tierra que le soporta y con el cielo que le
atrae, expresando con su cuerpo y sus movimientos todo un homenaje a la
vida. Y es que ¿acaso podría ser Zarathustra otra cosa que un danzarín?
Y eso es lo que quiere Zarathustra, enseñar a los ‘hombres
superiores”’a trascenderse, a que ‘se sirvan de sus piernas’ para que
puedan danzar, y que así la tierra les sea más ligera. Hasta que el
hombre no sepa danzar y reír, no podrá superarse a sí mismo, ni podrá
religarse con el cosmos, ni podrá volar, ni acontecerá el superhombre.
Pero para volar, antes hay que aprender a bailar. Quien quiera aprender
alguna vez a volar, tiene que aprender a ‘tenerse en pie y a caminar y a
correr y a saltar y a trepar y a bailar por encima de todas las cosas’.
Esta es la enseñanza de Zarahtustra el bailarín, el ligero, el que ama
los saltos y las piruetas, para todos aquellos hombres superiores que
tienen todavía ‘pies y corazones pesados’. “
de Santiago Guervós, Luis Enrique. Arte y poder. Aproximación a la estética de Nietzsche. España, 2004. Editorial Trotta.
Salvador Dalí - Dionysus Spitting
"Alzará pendón a naciones lejanas, y silbará al que está en el extremo de la tierra; y he aquí que vendrá pronto y velozmente. No habrá entre ellos cansado, ni quien tropiece; ninguno se dormirá, ni le tomará sueño; a ninguno se le desatará el cinto de los lomos, ni se le romperá la correa de sus sandalias. Sus saetas estarán afiladas, y todos sus arcos entesados; los cascos de sus caballos parecerán como de pedernal, y las ruedas de sus carros como torbellino. Su rugido será como de león; rugirá a manera de leoncillo, crujirá los dientes, y arrebatará la presa; se la llevará con seguridad, y nadie se la quitará. Y bramará sobre él en aquel día como bramido del mar; entonces mirará hacia la tierra, y he aquí tinieblas de tribulación, y en sus cielos se oscurecerá la luz". (Isaías 5:26-30)
"Se agazapa, se echa como león, o como leona ¿quién se atreverá a despertarlo?" (Números 24:09)
"¡LEONES RIENTES tienen que venir!
Oh, huéspedes míos, vosotros hombres extraños, ¿no habéis oído nada aún de mis hijos? ¿Y de que se encuentran en camino hacia mí?
Mi sufrimiento y mi compasión, ¡qué importan! ¿Aspiro yo acaso a la felicidad? ¡Yo aspiro a mi obra!
¡Bien! El León ha llegado, mis Hijos están cerca, Zarathustra está ya maduro, mi hora ha llegado: Ésta es mi mañana, mi día comienza. ¡Asciende, pues, asciende tú, Gran Mediodía!
Así habló Zarathustra, y abandonó su caverna, ardiente y fuerte como un sol matinal que viene de oscuras montañas..." (Así habló Zarathustra / Friedrich Nietzsche)
"Entonces uno de los ancianos me dijo: No llores; mira, el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos." (Apocalipsis 5:5)
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